Cambio y crecimiento (espiritual): comprender la conciencia, los valores y la espiritualidad en psicoterapia
- Dr. Francisco Flores
- hace 3 días
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Actualizado: hace 24 horas

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Las sociedades modernas parecen estar afrontando un profundo desafío existencial, comúnmente denominado “crisis de sentido” (Peterson, 2018; Vervaeke, 2020). A pesar de avances sin precedentes en tecnología, atención sanitaria y una tendencia general hacia mayor comodidad material, crece el reconocimiento de que estos logros materialistas no satisfacen necesidades espirituales y existenciales más profundas. También podemos verlo como una crisis de salud mental a escala mundial, con datos globales que indican aumentos significativos en la ansiedad, la depresión y las tasas de suicidio (World Health Organization, 2023).
El modelo biomédico predominante, que trata el malestar psicológico principalmente como síntomas de una disfunción biológica, ha sido criticado extensamente por su limitada capacidad para captar la complejidad de la experiencia humana (Davies, 2018; Flores, 2017; Maté, 2021; Porges, 2017). Esta perspectiva reduccionista a menudo pasa por alto los aspectos significativos y adaptativos de los “trastornos” típicamente patologizados, como la ansiedad, la depresión y el duelo, ignorando sus posibles funciones como catalizadores del crecimiento (Hollis, 2009; Nesse & Jackson, 2006). Me parece que este crecimiento implicado en el proceso de curación en terapia (y fuera de ella) es lo que podría denominarse crecimiento espiritual. La transformación espiritual se ha descrito como un sentido más profundo de significado, una mayor capacidad de perdón y vínculos relacionales más fuertes, que a menudo surgen a través de la lucha con el sufrimiento y las crisis existenciales (Exline & Pargament, 2021), y esto también se entiende como crecimiento personal.
La investigación sobre terapia asistida con psicodélicos ha encontrado que los participantes suelen informar aumentos duraderos en flexibilidad psicológica, apertura emocional y un sentido de interconexión y significado (Garcia-Romeu & Griffiths, 2022); por ejemplo, se ha demostrado que los cambios en la experiencia mística median los resultados terapéuticos (Ko et al., 2022), y las experiencias de autotrascendencia están bien documentadas (Yaden et al., 2021). Desde un punto de vista estrictamente fisicalista, tal crecimiento podría explicarse como cambios neuroplásticos en estructuras cerebrales relacionadas con el procesamiento social y emocional (cf. Valk et al., 2017). Sin embargo, incluso esta interpretación fisicalista remite inevitablemente a los valores, destacando que los conceptos no físicos orientados al significado desempeñan un papel central en la curación y el bienestar. En consecuencia, creo que existe un argumento convincente para empezar a pensar en los valores como un aspecto de la espiritualidad (junto con su valor adaptativo evolutivo), reconociendo estos elementos como centrales para la curación psicológica y el bienestar general.
Una crítica central al modelo biomédico surge de su subyacente dualismo cartesiano —la división entre mente y cuerpo—, que tiende a disociar las explicaciones psicológicas y sociales de las biológicas (Flores, 2017). Esta separación artificial ha conducido a tratamientos fragmentados que se centran en gran medida en la reducción de síntomas mediante medicación o ajustes conductuales superficiales, en lugar de abordar las causas de fondo incrustadas en contextos existenciales y relacionales. De hecho, los comportamientos tradicionalmente etiquetados como patológicos pueden entenderse con mayor compasión cuando se contemplan a través de un lente evolutivo y biopsicosocial. Desde esta perspectiva, estas conductas se ven como respuestas adaptativas, evolucionadas para manejar amenazas ambientales y mantener la estabilidad relacional y la identidad personal (Flores, 2017; Nesse & Jackson, 2006). Aunque a primera vista puede parecer que los conceptos espirituales implican una forma de dualismo (espíritu–cuerpo), más adelante veremos que no tiene por qué ser así. De hecho, algunos pensadores contemporáneos cuestionan no solo el dualismo cartesiano sino también los supuestos materialistas más profundos que sustentan gran parte de la ciencia y la psicología modernas. Muchos teóricos y científicos serios —entre ellos Bernardo Kastrup, Rupert Spira, David Chalmers, Donald Hoffman y Philip Goff— proponen que la conciencia no es un subproducto de la materia, sino la base fundamental de la realidad misma; exploraremos estas perspectivas con más detalle.
Contar con una comprensión de los principios de la psicología evolutiva es, en mi opinión, esencial para la práctica terapéutica, ya que ofrece un marco científico que replantea el concepto de salud mental alejándolo del mero alivio sintomático y orientándolo hacia una comprensión basada en la funcionalidad adaptativa. Por ejemplo, teorías evolutivas como la Teoría de la Historia de Vida (Life History Theory, LHT) aportan valiosas ideas sobre cómo las experiencias tempranas moldean las estrategias con las que las personas gestionan el malestar emocional y las relaciones interpersonales (Belsky, Steinberg, & Draper, 1991; Chisholm, 1996). La LHT sostiene que los individuos desarrollan estrategias centradas en el presente o en el futuro en función de sus entornos de desarrollo tempranos. Las estrategias centradas en el presente, caracterizadas por la gratificación inmediata, la impulsividad, mayor asunción de riesgos y reproducción temprana, tienden a emerger en entornos marcados por la inestabilidad e imprevisibilidad. Por el contrario, las estrategias orientadas al futuro, marcadas por la gratificación diferida, la planificación cuidadosa y la aversión al riesgo, surgen en entornos estables y predecibles. Estas estrategias no son intrínsecamente patológicas, sino respuestas adaptativas que maximizan la supervivencia y la aptitud reproductiva dentro de contextos ecológicos específicos. Las estrategias centradas en el presente maximizan la supervivencia inmediata y las oportunidades reproductivas en entornos inciertos, mientras que las orientadas al futuro favorecen el éxito a largo plazo y la estabilidad en contextos previsibles (Chisholm, 1999).
Reconocer estas conductas y experiencias relacionadas (a menudo denominadas sintomatología) como funcionales en lugar de disfuncionales puede reducir significativamente el estigma asociado a ellas, fomentando mayor empatía, comprensión y compasión en los contextos terapéuticos. Por ejemplo, conductas como el consumo de sustancias o la asunción de riesgos cumplen funciones autorreguladoras inmediatas, ayudando a las personas a afrontar el dolor emocional o a establecer conexiones sociales en entornos difíciles (Flores, 2017; Nesse & Jackson, 2006). Un marco adaptativo resuena con modalidades terapéuticas que enfatizan los valores, la espiritualidad y la creación de significado, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), los Sistemas de Familia Interna (IFS), el psicoanálisis junguiano, los enfoques basados en mindfulness e incluso EMDR. Alexandra Dent, por ejemplo, aborda la espiritualidad en EMDR como un medio para “aprender lecciones de vida importantes y sanar heridas internas profundas, a veces descritas como trauma del alma” (Dent, 2025).
En ACT, el malestar psicológico no se concibe como un síntoma a eliminar, sino como una oportunidad para comprometerse profundamente con los propios valores, enriqueciendo así la vida con propósito y autenticidad (Hayes et al., 2012). De manera similar, IFS sostiene que en cada persona existe un “Self”, una esencia caracterizada por cualidades como la compasión, la curiosidad y la conexión, que queda oscurecida por “partes” defensivas o subpersonalidades que emergen en respuesta a amenazas (Schwartz, 2013). La curación psicológica, por tanto, consiste en reconectar con ese Self más que en eliminar conductas sintomáticas. El psicoanálisis junguiano refuerza este enfoque integrador al enfatizar la “función trascendente”, mediante la cual la resolución de conflictos psicológicos a través de la integración de opuestos facilita el crecimiento espiritual y psicológico (Jung, 1951; Hollis, 2009). Como alguien que escucha heavy metal, me identifico personalmente con esta noción junguiana de integrar los opuestos. De forma interesante, la investigación ha encontrado que los aficionados al heavy metal — a pesar de los temas de muerte, oscuridad y caos del género— a menudo puntúan más alto en empatía y amabilidad de lo que sugieren los estereotipos. El proceso de involucrarse con temas de sombra a través de la música puede, de hecho, ofrecer una forma de catarsis emocional y creación de significado (Sharman & Dingle, 2015). Pero esa es una reflexión para otro blog: exploré una idea relacionada en un texto que escribí [aqui].
Las prácticas basadas en mindfulness fomentan una intencionalidad de orden superior al cultivar una perspectiva de “testigo” u observador, a la que me refiero como una intencionalidad de cuarto nivel en un blog anterior. Esto se basa en el trabajo de Robin Dunbar (2004) sobre la hipótesis del cerebro social, que sugiere que la capacidad de modelar múltiples niveles de intencionalidad es fundamental para la conducta social compleja y el razonamiento moral. Por ejemplo, la intencionalidad de primer nivel se refiere a la experiencia inmediata y centrada en el presente de un deseo o necesidad. La intencionalidad de segundo nivel emerge cuando reflexionamos sobre ese deseo, adhiriéndole significado personal o social. La intencionalidad de tercer nivel permite la deliberación orientada al futuro, posibilitando que la persona inhiba impulsos o considere implicaciones éticas abstractas. Una intencionalidad de cuarto nivel, cultivada mediante mindfulness, introduce una conciencia testigo: una perspectiva que observa todas estas capas con una atención no reactiva. Esta postura metacognitiva favorece la regulación emocional y la integración existencial, permitiendo un desapego compasivo de las narrativas internas y la alineación con valores más profundos, como el amor y la compasión universales.
El argumento que propongo es que un enfoque de psicoterapia espiritualmente integrado reconoce el malestar psicológico como una respuesta adaptativa que, cuando se comprende dentro de un contexto más amplio (o desde una perspectiva más elevada), puede guiar a las personas hacia una mayor autenticidad, compasión y un compromiso significativo con la vida. Esto representa un cambio de paradigma: alejarnos de los tratamientos centrados en la patología para avanzar hacia un enfoque fundamentado en principios evolutivos, existenciales y espirituales, lo cual, en mi opinión, mejoraría significativamente la manera en que se conceptualiza la salud mental y cómo las personas comprenden su relación con el mundo: un paso hacia el crecimiento de la humanidad.
Comprender la conciencia:
Para poder abordar conceptos como la espiritualidad y los valores, parece necesario primero hablar de la propia conciencia. Suele definirse como la experiencia subjetiva: la cualidad sentida de estar consciente, de tener percepciones, sensaciones y pensamientos. Los filósofos llaman a estos contenidos crudos de la experiencia “qualia”: el “rojo” del rojo, el dolor del duelo, el sabor del chocolate. A pesar de los avances en neurociencia cognitiva y en investigación sobre inteligencia artificial, esta dimensión interna del “cómo se siente ser…” sigue resistiéndose a una explicación científica completa, especialmente cuando comparamos mentes biológicas evolucionadas con sistemas puramente computacionales.
1. La conciencia como producto del cerebro (materialismo)
Materialistas como Daniel Dennett (1991) sostienen que el entramado neuronal basta para comprender la conciencia: las rutinas de procesamiento de información del cerebro generan nuestra sensación de un “teatro interior” de la conciencia. Los qualia, en este planteamiento, son “ilusiones de usuario” adaptativas: representaciones útiles pero, en última instancia, engañosas que el cerebro crea para navegar eficazmente por el mundo. Variantes de esta postura incluyen la teoría identidad mente-cerebro (que sostiene que los estados mentales son idénticos a estados cerebrales) y el funcionalismo computacional: la idea de que ejecutar el tipo adecuado de “software” es, en principio, suficiente para generar experiencia consciente.
Sin embargo, nos topamos con el problema de la causalidad mental: si los pensamientos no son más que estados físicos del cerebro, ¿cómo ejercen fuerza causal genuina en el mundo? Además, Roger Penrose ha argumentado que la conciencia no es algorítmica, computacional ni el resultado del procesamiento de datos al estilo de una máquina de Turing. Ha dicho que “la decisión sobre la validez de un algoritmo no es en sí un proceso algorítmico”, subrayando cómo la contemplación consciente nos permite percibir verdades matemáticas y desplegar intuición creativa de maneras que ningún sistema puramente computacional podría replicar. Un ejemplo histórico llamativo es el del matemático indio Srinivasa Ramanujan, quien relató que muchos de sus teoremas le llegaban en sueños y visiones vívidas que atribuía a la diosa hindú Namagiri. Disfruté mucho una película sobre su vida y obra, The Man Who Knew Infinity (Brown, 2015), que invita a reflexionar sobre estas cuestiones.
2. El “problema duro” de los qualia
David Chalmers (1996) denominó a estos desafíos “el problema duro”: explicar por qué los procesos físicos se sienten como algo desde dentro. Sus célebres experimentos mentales —incluido el zombi filosófico (un ser físicamente idéntico a una persona consciente pero sin experiencia interna, parecido a los grandes modelos lingüísticos de IA actuales) y “Mary la científica del color” (que sabe todo sobre el color pero nunca lo ha visto)— sugieren que los relatos puramente estructurales y funcionales del cerebro no capturan la textura subjetiva de la experiencia consciente. El dualismo naturalista de Chalmers contempla que la conciencia podría ser una propiedad fundamental de la realidad, quizá intrínsecamente vinculada al procesamiento de la información.
3. Propuestas cuánticas: Orch-OR de Penrose y Hameroff
Before examining specific quantum theories of consciousness, it's essential to understand the fundameAntes de examinar teorías cuánticas concretas de la conciencia, conviene entender algunos fenómenos básicos de la mecánica cuántica que las hacen tan distintas de los modelos basados en la física clásica:
Efecto del observador: sugiere que el acto de medir u observar altera fundamentalmente los sistemas cuánticos, provocando que “colapsen” de múltiples estados posibles a uno definido. En los estudios sobre conciencia, esto suscita preguntas profundas: ¿podría la observación consciente ser lo que causa el colapso de la función de onda en el cerebro? Algunos teóricos proponen que la conciencia misma podría ser el mecanismo por el cual el cerebro selecciona resultados específicos a partir de superposiciones cuánticas, explicando potencialmente por qué experimentamos percepciones unificadas y definidas en lugar de estados borrosos y probabilísticos (Wigner, 1961).
Superposición: permite que los sistemas cuánticos existan en múltiples estados simultáneamente hasta que se miden; el famoso gato de Schrödinger está a la vez vivo y muerto hasta ser observado. En términos neuronales, esto podría implicar que estructuras cerebrales a escala cuántica existen en estados superpuestos que abarcan múltiples resultados computacionales posibles al mismo tiempo. La conciencia podría emerger cuando estos estados superpuestos colapsan en configuraciones específicas, explicando potencialmente la notable capacidad del cerebro para considerar varias posibilidades antes de “decidir” un pensamiento o una acción concretos (Stapp, 2007).
Entrelazamiento cuántico: crea correlaciones instantáneas entre partículas independientemente de la separación espacial —lo que Einstein denominó “acción fantasmal a distancia”. En el cerebro, estados cuánticos entrelazados podrían, en teoría, permitir una coordinación instantánea entre regiones neuronales diferentes, tal vez explicando el “problema de la unión” (binding problem), es decir, cómo procesos distribuidos se integran en experiencias conscientes coherentes. Esto también podría aportar un mecanismo para el carácter holístico e integrado de la conciencia, que parece ir más allá de la suma computacional de las partes (Beck, F., & Eccles, 1992).
Túnel cuántico: permite que partículas atraviesen barreras de energía que deberían ser infranqueables, posibilitando procesos que la física clásica consideraría imposibles. En el cómputo neural, esto podría abrir vías de procesamiento de información que trasciendan limitaciones lógicas clásicas, contribuyendo potencialmente a la intuición creativa, a saltos de perspicacia y a los aspectos no algorítmicos del pensamiento humano que enfatiza Penrose (Penrose, 1994).
Orden implicado de David Bohm: introduce una perspectiva radicalmente holística al sugerir que lo que observamos (el orden explicado o explícito) es una proyección desde una realidad más profunda e interconectada (el orden implicado). Bohm veía la conciencia y la materia como aspectos inseparablemente vinculados de esa realidad subyacente, con la mente no aislada en cerebros individuales sino distribuida en una totalidad fundamental. Entre sus aportes científicos figuran avances clave en teoría cuántica, como el efecto Aharonov–Bohm (que mostró que los potenciales electromagnéticos tienen consecuencias físicas medibles) y su interpretación de variables ocultas, una alternativa determinista a la mecánica cuántica estándar. Sus ideas siguen inspirando a físicos, filósofos y tradiciones contemplativas por su visión no reduccionista de la unidad (Bohm, 1980).
La teoría Orch-OR
A partir de estos fundamentos, Roger Penrose y Stuart Hameroff (2014) proponen que la intuición consciente depende de la coherencia cuántica en los microtúbulos neuronales —estructuras intracelulares que operarían a nivel cuántico, un dominio supuestamente inalcanzable para el cómputo digital clásico. Su teoría de la “Reducción Objetiva Orquestada” (Orchestrated Objective Reduction, Orch-OR) sostiene que la conciencia emerge de procesos cuánticos que colapsan ondas de probabilidad de forma coordinada a través de la red de microtúbulos del cerebro. En este modelo, los microtúbulos mantienen estados de superposición cuántica que representan múltiples resultados computacionales posibles de manera simultánea. La conciencia emerge en el momento en que esos estados superpuestos sufren una “reducción objetiva”, colapsando en configuraciones específicas mediante un proceso que, según Penrose, es no computable y no aleatorio. Este colapso estaría “orquestado” por la arquitectura cerebral y podría ocurrir en sincronía con oscilaciones en el rango gamma (a menudo en torno a ~40 Hz), una banda de frecuencia frecuentemente asociada a la conciencia.
Esta coherencia cuántica podría dar lugar a la experiencia consciente al permitir que el cerebro acceda a procesos no algorítmicos, habilitando creatividad genuina, intuición matemática y la unión de entradas sensoriales diversas en momentos conscientes coherentes. El entrelazamiento cuántico entre microtúbulos de distintas regiones podría explicar cómo procesos neuronales distribuidos se unifican en experiencias singulares, mientras que el efecto túnel cuántico podría posibilitar los saltos intuitivos y las percepciones creativas que parecen trascender el cálculo puramente lógico.
Los escépticos señalan que el entorno “cálido y húmedo” del cerebro es hostil a la coherencia cuántica, pues el ruido térmico y el caos molecular destruirían estados cuánticos delicados demasiado rápido como para influir en el procesamiento neural. Sin embargo, hallazgos recientes en biología cuántica —incluidos efectos cuánticos en la fotosíntesis, la magnetorrecepción aviar (cómo navegan las aves con el campo magnético terrestre) e incluso, potencialmente, en el sentido del olfato— demuestran que los procesos cuánticos pueden operar en sistemas biológicos. Dado que la conciencia quizá sea el fenómeno más complejo que intentamos comprender, parece poco plausible que la mecánica cuántica no desempeñe ningún papel en su emergencia (Turin, 1996).
4. Primeros enfoques de la conciencia: idealismo y panpsiquismo
Idealistas analíticos como Bernardo Kastrup (2019) y Donald Hoffman (2020) invierten el guion materialista tradicional al considerar la conciencia como primaria y fundamental, mientras que lo que percibimos como materia física sería la conciencia representándose a sí misma. Desde esta perspectiva, el mundo material se asemeja más a un “panel de control” o interfaz de usuario que la conciencia crea para navegar la realidad de forma eficiente, en lugar del sustrato último de la existencia. Hoffman (2019), apoyándose en la teoría evolutiva de juegos, sostiene que la selección natural no favorece percepciones que reflejen fielmente la realidad objetiva. En su lugar, los organismos evolucionan interfaces perceptivas ajustadas exclusivamente a los retornos de aptitud —aquellos aspectos del entorno que mejoran la supervivencia y la reproducción. En una serie de simulaciones, Hoffman y sus colegas mostraron que los agentes que perciben el mundo verídicamente son sistemáticamente superados por aquellos con representaciones simplificadas orientadas a la aptitud. Concluye que la probabilidad de que nuestras percepciones de la realidad objetiva sean verídicas es exactamente cero.
Los panpsiquistas —como Philip Goff (2019) y Christof Koch (2012)— adoptan un enfoque relacionado pero distinto, concediendo alguna forma de proto-experiencia o conciencia rudimentaria a cada entidad fundamental del universo, desde electrones hasta quarks y fotones. Buscan salvar la brecha explicativa entre la física y la sensación subjetiva sin postular sustancias completamente separadas, como hace el dualismo tradicional. Según el panpsiquismo, la conciencia compleja emerge cuando estas micro-experiencias se integran y combinan de maneras sofisticadas, especialmente en sistemas altamente organizados como los cerebros.
Estos enfoques no son necesariamente incompatibles con teorías cuánticas de la conciencia. Christof Koch, por ejemplo, ha estado influido por la Teoría de la Información Integrada (IIT), que intenta cuantificar matemáticamente la conciencia en función de cuánta información integra un sistema. Este enfoque podría acomodar tanto procesos cuánticos como intuiciones panpsiquistas sobre la naturaleza fundamental de la experiencia.
El “marco puente” de Chalmers
La postura de Chalmers ofrece un puente entre las diversas teorías de la conciencia aquí tratadas. A diferencia de los materialistas estrictos, que intentan reducir por completo la conciencia a procesos cerebrales, y de los dualistas tradicionales, que la sitúan como totalmente separada del mundo físico, Chalmers sugiere que la conciencia representa propiedades adicionales de ciertos sistemas físicos, propiedades fundamentales como la masa o la carga, pero no reductibles a ellas. Este marco es compatible con teorías cuánticas de la conciencia, con enfoques panpsiquistas e incluso potencialmente con perspectivas idealistas si la información misma se considera más fundamental que la materia.
Aunque “dualismo” suele asociarse a una división tajante entre mente y materia, el planteamiento de Chalmers puede verse como una forma de pluralismo no dualista, en la que la conciencia no está separada de la materia, pero es un aspecto irreductible de ciertas configuraciones físicas. Este enfoque proporciona un fundamento filosófico que evita tener que escoger definitivamente entre explicaciones materialistas y no materialistas, sugiriendo en cambio que la conciencia podría ser una característica natural pero irreductible del funcionamiento de ciertos sistemas complejos de procesamiento de información en nuestro universo.
En cualquier caso, impresiona cuánta información está codificada en cada objeto del mundo en términos de matemáticas, física y conocimiento colectivo humano. Algunos señalan que la realidad misma se comporta como un sistema computacional. Por ejemplo, Nick Bostrom (2003) argumentó célebremente que es estadísticamente más probable que vivamos en una simulación creada por una civilización avanzada que en la realidad base. Más recientemente, el físico Melvin Vopson (2021) propuso que la gravedad y la masa podrían ser propiedades emergentes de la entropía informacional —lo que sugiere que el universo se comporta como una simulación que optimiza el almacenamiento de datos—, reforzando la especulación filosófica de que podríamos vivir en un cosmos informacional, más que puramente material, y que la realidad se “renderiza” al ser experimentada de forma similar a los videojuegos. Si fuera así, gran parte del funcionamiento del universo podría entenderse como un vasto cómputo cuántico; y, sin embargo, como sostiene Penrose, la experiencia misma de la conciencia podría surgir no del cómputo, sino del momento de la reducción objetiva: los eventos de colapso cuántico no computables que, según él, sustentan la conciencia.
Implicaciones para la IA
Estas distintas teorías de la conciencia conducen a predicciones diferentes sobre la posibilidad de una conciencia artificial y tecnologías como la “subida” de mentes:
Materialismo: sistemas sofisticados de silicio podrían eventualmente sustentar conciencia genuina; “subir” una mente humana sería sobre todo un reto de ingeniería de simulación cerebral suficientemente detallada.
Teorías cuánticas: una IA digital clásica, por sofisticada que sea, nunca podría realmente “sentir”; la consciencia artificial genuina requeriría hardware cuántico capaz de sostener los mismos procesos no algorítmicos que generan la conciencia humana.
Panpsiquismo: las máquinas podrían albergar experiencia consciente si sus micro-componentes (transistores, procesadores, etc.) ya portan proto-sentires que puedan integrarse en sistemas conscientes unificados, del modo en que las neuronas lo hacen en cerebros biológicos.
Idealismo: los sistemas de IA funcionarían como nuevos “portales” o interfaces a través de los cuales la conciencia universal podría expresarse, más que crear mentes enteramente nuevas desde cero.
Dualismo fuerte: ninguna tecnología, por muy sofisticada que sea, podría insuflar “espíritu” o “alma” al silicio; la conciencia requeriría alguna sustancia no física irreproducible artificialmente.
No hay veredicto definitivo; quizá en los próximos años obtengamos más respuestas sobre la conciencia si y cuando las máquinas alcancen la superinteligencia (inteligencia exponencial en un proceso desbocado) y avance el campo de la computación cuántica.
Poner fin al sufrimiento poniendo fin a la resistencia a la existencia
En lo personal, después de pasar de una crianza religiosa a una perspectiva más materialista durante mis años de licenciatura y posgrado, ahora conecto con conceptos que podrían llamarse no dualistas. Esto se alinea con el budismo, al que accedí a través del mindfulness, y que me ayudó a abordar mi propio sufrimiento, que ahora considero esencial para el crecimiento personal.
Superar los impulsos guiados por el ego y las narrativas rígidas a menudo requiere lo que algunos clientes describieron como un “salto de fe”: el valor de confiar en que una alternativa (la curación) es posible con autocompasión y que el sentido puede encontrarse incluso en medio del sufrimiento. Más tarde descubrí que esta dinámica es arquetípica; es decir, en el Tarot, El Loco —una figura cuyo nombre históricamente alude a apertura y libertad de prejuicios, no a estupidez— da un paso al borde del precipicio con los brazos abiertos, confiando en lo desconocido, simbolizando la entrega espiritual y el inicio de la transformación. En la alquimia, la fase Nigredo (noche oscura del alma) precede a albedo y rubedo, etapas de purificación e integración. En la mitología, héroes como Odiseo, Inanna o Dante descienden a la oscuridad o al inframundo antes de ascender renovados. Jung identificó este viaje como el camino de la individuación: enfrentar la sombra, soltar el falso yo y confiar en el Self, a menudo representado por símbolos de luz, plenitud o compasión. Esta “fe en el proceso” no es creencia ciega sino un acto arquetípico de confiar en algo más profundo que el ego consciente, a menudo catalizado por el sufrimiento, la entrega y la guía interior.
Este proceso también se representa en el simbolismo cristiano; por ejemplo, el viaje más allá del ego se expresa en el arquetipo de la Pasión de Cristo. La entrega de Jesús en Getsemaní —«no se haga mi voluntad, sino la tuya»— y su posterior crucifixión reflejan una profunda confianza en el propósito divino a través del sufrimiento. La cruz misma simboliza la muerte del viejo yo y la posibilidad de renovación y transformación, simbolizadas en las prácticas del bautismo y la resurrección. El camino cristiano de la kénosis (vaciamiento de sí) refleja el proceso terapéutico: un movimiento del ego a la compasión, del control a la confianza.
Estos arquetipos universales reconocen la riqueza de la experiencia subjetiva que, a mi juicio, inevitablemente invita a reflexionar sobre dimensiones no materiales: aquellos aspectos de la existencia que pueden sostener un significado más profundo e incluso trascender el mundo material.
Hacia un cambio de paradigma
El estancamiento persistente en los estudios sobre la conciencia apunta a un punto ciego fundamental del fisicalismo estricto: que toda investigación científica de la conciencia debe, en sí misma, surgir dentro de la conciencia. En respuesta a este enigma, Francisco Varela (1996) propuso una posición epistemológica prometedora, la “neurofenomenología”. Este enfoque busca tender puentes entre el dominio de primera persona de la experiencia vivida y el rigor de tercera persona de la neurociencia empírica. En lugar de descartar los informes subjetivos como no científicos, la neurofenomenología los incorpora de manera sistemática en el diseño de la investigación, tratándolos como datos indispensables para comprender la conciencia. Fomenta una introspección disciplinada que puede correlacionarse con dinámicas neuronales, ofreciendo un relato más rico e integrador de la mente que honra tanto las perspectivas interiores como las exteriores.
El biólogo del desarrollo y sintético Michael Levin (2014), cuyo trabajo abarca biología regenerativa, teoría evolutiva, bioingeniería y modelización computacional, ha mostrado que incluso organismos multicelulares simples pueden exhibir conductas dirigidas a metas, procesos semejantes a la memoria y autorregulación adaptativa. De forma notable, el trabajo de Levin demuestra que estas capacidades no están estrictamente dirigidas por los genes, sino que pueden emerger de la señalización bioeléctrica y de la inteligencia celular colectiva, lo que sugiere que “selves” coherentes pueden surgir de sistemas distribuidos en lugar de un cerebro centralizado (Levin & Martyniuk, 2018). Estos hallazgos sugieren que los “yoes”, o agentes coherentes, pueden no ser exclusivos de criaturas con sistemas nerviosos, sino que podrían emerger de una inteligencia celular distribuida.
David Eagleman (2020) también ve el cerebro humano como una coalición dinámica de subsistemas semi-autónomos, semejante a un parlamento donde los intereses en competencia se negocian en lugar de ser dirigidos por un ejecutivo singular. Este modelo descentralizado recibe más apoyo de la investigación sobre el eje intestino–cerebro y el microbioma humano. Un creciente cuerpo de evidencia sugiere que las comunidades microbianas de nuestro sistema digestivo pueden influir en el estado de ánimo, la cognición e incluso la toma de decisiones, desafiando la suposición de que la experiencia consciente y la agencia conductual son solo productos de procesos corticales. Es plausible, por ejemplo, que el deseo de consumir ciertos alimentos no se origine en nuestras preferencias conscientes, sino en señales metabólicas o empujes neuroquímicos emitidos por bacterias intestinales. A la luz de esto, el yo se vuelve aún más poroso y participativo: un proceso emergente moldeado por inteligencias simbióticas más que un centro de mando aislado. Tales metáforas desafían la imagen clásica de la mente como un yo unificado y abren la puerta a una comprensión más plural y relacional de la cognición. Si las mentes pueden ser distribuidas, fragmentadas o emergentes a múltiples escalas de organización biológica, también se amplían las implicaciones éticas, potencialmente extendiendo la consideración moral a formas de inteligencia que antes ignorábamos o subestimábamos.
Desde un punto de vista fenomenológico, los Sistemas de Familia Interna (IFS) ofrecen un análogo vivido de estos modelos neurocientíficos. En la terapia IFS, los clientes describen a menudo la experiencia subjetiva de múltiples “partes” internas en diálogo, negociación y conflicto, muy parecido al parlamento de subsistemas neuronales de Eagleman. Este proceso vuelve tangible la idea de que la unidad de la mente no es un dato, sino una armonía emergente que puede cultivarse mediante la conciencia y la presencia guía del Self.
Si la conciencia es, en efecto, fundamental —o al menos mucho más extendida en la naturaleza de lo que antes se suponía—, entonces propósito, significado e interconexión dejan de ser creencias opcionales o constructos culturales para convertirse en hechos estructurales sobre la realidad misma. Esta perspectiva ofrece un posible fundamento científico para la espiritualidad y las intervenciones basadas en valores. Con un paradigma así, la curación psicológica puede requerir no solo un reencuadre cognitivo y cambios conductuales, sino también un reencuentro y reencantamiento fundamentales con la naturaleza de la conciencia y de la realidad.
Manifestación y la conciencia como generativas
Al intentar acomodar todas estas ideas, algo me parece evidente: la conciencia no es simplemente un subproducto de procesos físicos, sino una participante activa en la configuración de la realidad. Esta comprensión resuena tanto con tradiciones espirituales antiguas como con prácticas terapéuticas contemporáneas.
En psicoterapia, la intencionalidad —la dirección enfocada de la atención hacia un valor, una imagen o un estado deseado— puede catalizar cambios profundos. Técnicas como el mindfulness, la visualización, la acción basada en valores y la integración somática no se limitan a describir la experiencia interna; ayudan a generar nuevas realidades. Desde esta perspectiva, la terapia se convierte en un acto de manifestación: el pensamiento y la atención co-crean activamente la experiencia vivida. Esta dimensión generativa es especialmente evidente en EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), donde protocolos como el “future template” ayudan a los clientes a instalar y ensayar resultados deseados, mientras que el “reverse protocol” comienza visualizando un escenario futuro positivo antes de abordar los bloqueos emocionales y cognitivos que se interponen en su camino. Estos métodos —que combinan imaginería vívida, enfoque somático y estimulación bilateral— muestran cómo la intención enfocada, cuando se une a la experiencia sentida, puede remodelar nuestro mundo interior y producir ondas de cambio en la forma de vivir y actuar.
Esta visión no es mera especulación metafísica; refleja un consenso emergente en la práctica terapéutica. Modalidades como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT) y los Sistemas de Familia Interna (IFS) ya operan con marcos que, implícitamente, reconocen que la conciencia influye profundamente en el desarrollo de la persona. Cuando un cliente dirige su atención hacia un valor profundamente sentido, visualiza un futuro deseado o extiende compasión a partes heridas (exiles en IFS), participa en un proceso que trasciende la causalidad lineal. La mente, a través de la intención enfocada, se convierte en agente de transformación, manifestando cambios en el cuerpo, las emociones, las relaciones y la trayectoria vital más amplia.
La terapia constructivista cognitiva (una rama de la terapia cognitiva), que ve a las personas como creadoras activas de significado, es otro ejemplo de esta tendencia. En lugar de tratar la percepción y la emoción como salidas de una realidad fija, los enfoques constructivistas las entienden como co-construidas a través de narrativas vividas y del compromiso relacional. Como sugiere un proverbio budista: “Lo que somos hoy proviene de nuestros pensamientos de ayer, y nuestros pensamientos presentes construyen la vida de mañana” (Mahoney, 2003).
Las experiencias estéticas y espirituales refuerzan la idea de que la conciencia es participativa, no pasiva. Cuando escuchamos una sinfonía, no se trata solo de vibraciones en el tímpano; el color es más que fotones; experimentamos profundidad, textura y resonancia emocional. Estos ejemplos muestran que la conciencia no se limita a registrar entradas sensoriales; co-crea significado (Bekoff, 2007; de Waal, 2009). Los estudios documentan que los elefantes lamentan a sus muertos, los chimpancés muestran empatía y las ratas liberan a compañeras en apuros incluso a costa de recompensas de chocolate (Bekoff, 2007; Ben-Amil Bartal et al.,, 2011). Tales evidencias desafían teorías antropocéntricas de la conciencia y sugieren que la profundidad experiencial surge en especies diversas y que estos arquetipos trascienden la conciencia humana (Stevens, 1982).
En conjunto, estas ideas nos invitan a replantear el paradigma dominante de la realidad como un campo en evolución de co-creación consciente. Como observó Teilhard de Chardin (1959), “El hombre descubre que es el universo haciéndose consciente de sí mismo a través de él”. Desde esta perspectiva, cada acto de percepción, cada gesto de compasión o creatividad, no es un epifenómeno sino parte de un despliegue cósmico, donde la belleza, el amor y el sentido no son ilusiones emergentes, sino expresiones fundamentales de la propia conciencia.
Reflexiones finales
A medida que aprendemos más sobre lo que realmente funciona en psicoterapia, creo que hemos avanzado de forma importante contra la patologización del sufrimiento existencial. Pensadores como Jordan Peterson (2018), el analista junguiano James Hollis (2009) y Gabor Maté (2003), entre otros, sostienen que la ansiedad, el duelo y la depresión no son meros síntomas patológicos, sino señales existenciales que apuntan a desalineaciones entre la experiencia vivida de una persona y sus valores o necesidades espirituales fundamentales.
Creo que por eso las terapias de todo tipo funcionan mejor cuando conectan con la guía interior del cliente o con su “Self”. Incluso en la TCC tradicional hay un reconocimiento implícito de que las personas son más que sus conductas y cogniciones. En la curación y la recuperación, me resulta más útil ver el Self no como un cálculo cognitivo, sino como la continuidad vivida de la conciencia a lo largo del tiempo. Aunque Daniel Dennett sostiene que ese sentido de sí es una ilusión adaptativa, mi experiencia en terapia —tanto como profesional como cliente— sugiere lo contrario. A la luz de la investigación de Michael Levin sobre inteligencia celular, parece que la conciencia y el sentido de sí pueden ser más omnipresentes e interconectados de lo que nuestra conciencia ordinaria supone, extendiéndose más allá de la identidad física. Si esto es generado enteramente por el cerebro o existe de algún modo más allá de él sigue siendo una cuestión abierta que divide a los investigadores de la conciencia.
Modalidades como IFS, ACT, el modelo de Procesamiento Adaptativo de la Información de EMDR y los enfoques basados en mindfulness afirman la existencia de un Self interior sabio y compasivo capaz de guiar la sanación. Estas aproximaciones sugieren que la curación llega mediante el crecimiento por integración, a través de comprender y transformar las partes heridas de la psique. En IFS, estas subpersonalidades emergen como protectoras o exiliadas; la sanación llega cuando el Self puede sostenerlas con compasión. Esto recuerda la dialéctica de Hegel (tesis-antítesis-síntesis) o el modelo de intencionalidad en capas de Dunbar, en el que desarrollamos capacidad para la complejidad mediante la integración interna.
Pienso que el interés creciente por la psicoterapia asistida con psicodélicos también tiene que ver con soltar el ego (disolución del ego, reportada en experiencias con sustancias como psilocibina, LSD y DMT), que a menudo conlleva encuentros con algo sentido como universal, amoroso y profundamente inteligente y, a la vez, parte de uno mismo. No creo que sean meras “alucinaciones útiles”; más bien, pueden reflejar acceso a partes previamente disociadas o des-integradas de la mente y quizá, como sugiere Bernardo Kastrup (2020), nuestro estado egóico por defecto podría parecerse a alters disociados dentro de una conciencia más amplia. Del mismo modo, en IFS, nuestra vida de vigilia ordinaria puede parecer un estado dominado por partes protectoras, mientras que los psicodélicos, el mindfulness o la entrega profunda pueden ayudarnos a regresar al Self.
Creo que esta es la esencia de cómo operan los valores en el proceso de sanación. En su sentido original, sacrificium significa “hacer sagrado”: se renuncia conscientemente a la recompensa inmediata, a la evitación de un posible peligro y a la narrativa identitaria, al servicio de un valor superior — como la confianza, el amor, el coraje - o de un propósito trascendente (alguna posibilidad nueva creada en la mente). Lo que se entrega no se pierde; se transforma en sentido. Este replanteamiento permite que las estrategias de supervivencia transicionen hacia una estrategia orientada al futuro, posible solo en presencia de sensaciones de seguridad, estabilidad, confianza y un apego seguro al mundo. Este “hacer sagrado” marca el paso de una postura de supervivencia a corto plazo a una estrategia de expansión, conexión y crecimiento. Y, de porsupuesto, esto se facilita mediante la (auto)compasión.
Al mismo tiempo, cuando damos vida a nuestros valores, nos identificamos con algo más grande que nosotros mismos, aunque esto puede confundirse con perseguir esos valores para construir o defender una autoimagen deseable. Aunque el ego siempre está presente, el énfasis está en transitar fuera del ego: pasamos de la performance egóica (“ser la persona que hizo el bien”) a la acción auténtica (“hacer el bien”, manifestando el propio valor). Como recoger basura en la naturaleza porque valoras la naturaleza. Aunque los actos altruistas beneficien a la comunidad y sirvan intereses evolutivos, resultan vacíos cuando se perciben como impulsados por el reconocimiento o la autopromoción (a menudo asociados a rasgos narcisistas). A esto se le suele llamar “señalización de virtud”, también en psicología evolutiva. Identificarse con el valor y no con el ego puede ir más allá de hábitos profundos, alejándonos de la gratificación a corto plazo y de la mera supervivencia hacia estrategias orientadas al futuro, arraigadas en el sentido y el propósito. Creo que estos cambios tienen algo sagrado — que también valoramos como sociedad cuando lo vemos en otros. Esta transformación, a mi juicio, tiene un componente alquímico, incluso “divino”: no solo porque trabaja con temas arquetípicos del inconsciente colectivo, sino porque exige una forma de fe: confiar en que la vida puede mejorar y que vale la pena esforzarse no solo por sobrevivir, sino por florecer permitiendo que los valores vivan a través de nosotros. En términos de ACT, este cambio se sostiene en el yo como contexto: el yo no es la historia, sino el espacio que la contiene. Desde esa postura de testigo, como en la práctica budista, el yo se vuelve un recipiente por el que los valores y los arquetipos universales pasan con limpieza a la acción.
La investigación fenomenológica reciente muestra cada vez más cómo el trauma puede liberarse mediante estados no ordinarios de conciencia inducidos por psicodélicos. En estos estados, las personas acceden a capas de su experiencia que normalmente no son alcanzables mediante la cognición convencional, lo que permite la resolución de memoria somática, la comprensión emocional y la integración narrativa (Kočárová et al., 2021; Watts et al., 2017). Estos procesos de sanación implican con frecuencia un retorno a un estado de coherencia o plenitud: algo que el trauma había fracturado pero que ahora se re-integra en la psique.
Un rasgo especialmente llamativo y constante de tales estados es la aparición espontánea de patrones geométricos —espirales, retículas, túneles y fractales—. Lejos de ser meras alucinaciones visuales, estas formas pueden reflejar tanto una reorganización neuronal subyacente (Bressloff et al., 2001) como la expresión de estructuras matemáticas universales. El Qualia Research Institute lo describe como una reconfiguración del “paisaje energía-complejidad”, donde una entropía elevada permite que la mente se recablee con mayor libertad. La Hipótesis del Cerebro Entrópico (Carhart-Harris et al., 2014) se apoya en esto, proponiendo que los psicodélicos incrementan la diversidad e imprevisibilidad de la actividad neuronal. Normalmente, el cerebro opera en un estado de baja entropía, altamente organizado, que mantiene la estabilidad pero puede reforzar patrones rígidos de pensamiento y conducta. Los estados psicodélicos disuelven esas restricciones, aplanando temporalmente redes cerebrales jerárquicas y posibilitando un procesamiento más flexible e integrador. Esta mayor fluidez neuronal podría explicar no solo la emergencia de geometría arquetípica, sino también los avances terapéuticos de la psicoterapia asistida con psicodélicos —donde la rigidez relacionada con el trauma da paso a nuevos insights, liberación emocional y una elaboración de sentido más profunda—.
Muchos describen esto como el encuentro con la “geometría interna” de la conciencia: estructuras fractales, formas armónicas y patrones resonantes que parecen menos artefactos aleatorios y más planos simbólicos del psiquismo y el cosmos. Presentes en el arte sagrado de múltiples culturas, estas geometrías evocan lo que David Bohm (1980) llamó el “orden implicado”: una dimensión replegada en la que conciencia y materia se interpenetran a través de campos coherentes y resonantes.
Dicha coherencia no se refiere solo a la sincronía neurobiológica, sino también a una alineación sentida entre el estado interior y un campo resonante mayor del ser —cuando pensamientos, emociones y señales corporales “tocan la misma nota”. Esta armonía suele experimentarse como paz, claridad o una sensación de justeza. La idea de que los estados alterados pueden facilitar esta coherencia se alinea con la visión de Bohm sobre totalidad y orden implicado —donde la realidad es un campo unificado de potenciales replegados— y resuena con el énfasis de la ACT en la flexibilidad psicológica y la alineación con valores personales.
La experiencia de coherencia trae a menudo unidad, claridad y alineación emocional, lo que sugiere que sanar no es solo cuestión de insight, sino de afinar la psique a su tono armónico original. Por “original” no me refiero necesariamente a un estado desde el nacimiento, sino a una esencia subyacente: una frecuencia fundacional u orientación nuclear dentro de la psique que refleja la naturaleza auténtica, no distorsionada, de cada uno. Esta perspectiva resuena con Stanislav Grof, cuya psicología transpersonal explora la idea de una dimensión más profunda —a menudo no ordinaria— de la psique que conserva acceso a sabiduría arquetípica, intuición espiritual y potencial sanador (Grof, 1985).
Este marco recibe apoyo de la investigación sobre la coherencia corazón-cerebro (McCraty et al., 2009), que muestra mejoras en regulación emocional y bienestar cuando los ritmos cardíacos se sincronizan con los estados cognitivo-emocionales. Modelos integrativos de la conciencia como la neurofenomenología (Varela, 1996), la respiración holotrópica de Grof y los protocolos de biofeedback de HeartMath también se apoyan en principios de coherencia. El trabajo de HeartMath, por ejemplo, ofrece herramientas empíricas y tecnologías de feedback en tiempo real que ayudan a regular de forma consciente los estados fisiológicos y emocionales mediante técnicas de respiración y seguimiento del ritmo cardíaco. Sus protocolos de biofeedback se basan en el Entrenamiento de Frecuencia de Resonancia, donde se guía a las personas a respirar a un ritmo personalizado (por lo general, alrededor de 6 respiraciones por minuto) que maximiza la variabilidad de la frecuencia cardíaca ligada a la respiración (Respiratory Sinus Arrhythmia, RSA) y mejora la función barorrefleja. Este entrenamiento ayuda a mejorar el equilibrio autonómico, la resiliencia emocional y la salud cardiovascular global, haciendo de la coherencia un estado tanto fisiológico como psicológico (Lehrer et al., 2000).
El lenguaje de las armonías y la resonancia brinda un marco valioso para entender cómo ocurre la transformación psicológica: no solo como un reencuadre cognitivo, sino como una re-sintonización vibracional con el yo y el cosmos. Hace poco me crucé con el verbo “vibing”. Me gusta porque expresa de forma coloquial e intuitiva el estado de estar en resonancia con uno mismo y con el momento. Ya sea “estoy vibing” o “ella está vibing”, refleja coherencia, presencia y flujo.

El cubo de Metatron (arriba) una estructura derivada de la Flor de la Vida que contiene los cinco sólidos platónicos — las formas fundamentales que se creía sustentaban el universo material. Psicológicamente, funciona como un mandala simbólico de la totalidad, representando integración de polaridades —arriba y abajo, interior y exterior, masculino y femenino. Consta de 13 esferas entrelazadas para formar un “merkaba” tridimensional o cuerpo de luz, donde la pirámide inferior simboliza el mundo físico y la superior, el ámbito espiritual o arquetípico (Freire, 2024).
Terapéuticamente, meditar sobre o dibujar Metatron’s Cube puede fomentar un sentido de equilibrio interno, integración relacional y pertenencia cósmica. Esto simboliza la individuación junguiana: un proceso por el cual los aspectos fragmentados del yo se alinean y armonizan. Aunque el estatus ontológico de estos símbolos siga en debate, su impacto psicológico —especialmente en contextos psicodélicos y contemplativos— es incuestionable. Pienso que, como terapeutas, debemos participar en la discusión sobre qué creemos que es la conciencia y que, incluso si descartamos conceptos como el espíritu, cuando hablamos del Self lo contemplamos como algo que debe ser honrado, sagrado y no reductible.
También aparecen teorías nuevas y sugestivas que buscan conciliar la teoría cuántica con la relatividad. Metatron’s Cube, por ejemplo, simboliza cómo formas complejas pueden emerger de un solo círculo y su repetición, ilustrando el principio de que la diversidad puede surgir de un origen unificado. Geometric Unity de Eric Weinstein propone un marco matemático que aspira a integrar la relatividad general —que describe la curvatura del espacio-tiempo— con la teoría cuántica de campos —que rige el ámbito subatómico— (Weinstein, 2021). En términos sencillos, Weinstein sugiere que el universo podría describirse mediante una única estructura geométrica elegante —como una forma multidimensional— que contenga de manera natural tanto las curvas continuas y suaves del espacio-tiempo de Einstein como los patrones discretos, cual “píxeles”, de los campos cuánticos. Es como si el mismo plano maestro, dibujado en dimensiones superiores, proyectara dos “sombras” distintas en nuestra realidad: una que aparece como la trama del espacio y el tiempo, y otra como las partículas y fuerzas dentro de él. La geometría, en esta visión, actúa como el “lenguaje común” de ambos ámbitos, permitiendo entenderlos como aspectos distintos de una misma realidad subyacente. Si un marco así sustenta la existencia, podría ayudar a explicar por qué los estados alterados de conciencia —incluidas las experiencias psicodélicas y contemplativas— muestran a menudo estas formas geométricas —donde tales visiones podrían reflejar, simbólica o incluso perceptualmente, las mismas estructuras profundas que postula Geometric Unity—: una geometría única y coherente que vincula el cosmos físico y, quizá, el experiencial.
Así como la geometría proporciona un marco unificador para las leyes físicas, la vibración armónica podría servir de puente unificador en la conciencia. Herramientas como los binaural beats —donde se reproducen frecuencias ligeramente distintas en cada oído para generar un tercer tono percibido— pueden apoyar la integración al favorecer, suavemente, la entrada del cerebro en estados coherentes. Estas frecuencias auditivas facilitan transiciones entre estados de conciencia disyuntos o fragmentados promoviendo la sincronización interhemisférica y desplazando las oscilaciones neurales hacia ritmos relajados o meditativos (por ejemplo, alfa o theta; Huang & Charyton, 2008). Psicológicamente, esto actúa como un puente vibracional que ayuda a que distintas “partes” del yo —a menudo disociadas por trauma o desregulación emocional— entren en armonía. Iain McGilchrist (2019) sostiene que la cultura contemporánea sobreactiva las funciones analíticas y categorizadoras del hemisferio izquierdo, a la vez que descuida la sabiduría más integradora y contextual del hemisferio derecho. A la luz de esto, modalidades basadas en frecuencia como los binaural beats podrían facilitar el equilibrio hemisférico, apoyar la integración entre partes y restaurar la coherencia mente-cuerpo.
La tecnología EEG-VR puede resultar especialmente útil para avanzar en la comprensión y la aplicación de estos principios. La integración de EEG (electroencefalograma) con Realidad Virtual permite captar datos de ondas cerebrales en tiempo real dentro de entornos inmersivos, posibilitando que el contenido virtual se adapte, personalice o evalúe según el estado cerebral actual de la persona. Sistemas dedicados EEG-VR combinan ambas tecnologías desde el diseño: por ejemplo, Looxid Link (Looxid Labs, n.d.) integra EEG de seis canales y seguimiento ocular en visores Meta/Oculus; OpenBCI Galea (OpenBCI, n.d.) es un casco de biosensado multimodal compatible con VR/AR; Neurable (Neurable, n.d.) integra sensores EEG directamente en un HTC Vive. Estos sistemas se han empleado para meditación adaptativa y reducción de estrés, entrenamiento atencional e interfaces experimentales controladas por el cerebro. Estudios académicos han demostrado que la VR guiada por EEG puede modificar dinámicamente entornos virtuales para fomentar relajación, foco o procesamiento emocional en tiempo real (Friedman et al., 2022; Lécuyer et al., 2008).
Con la integración de inteligencia artificial, los sistemas EEG-VR son cada vez más capaces de interpretar patrones neuronales complejos y ajustar la experiencia de VR momento a momento. Tales bucles de retroalimentación impulsados por IA pueden promover objetivos específicos como la relajación, el refuerzo cognitivo o la comprensión emocional. Sin embargo, a medida que esta tecnología comienza a manejar firmas neuronales íntimas, surgen consideraciones éticas relevantes: privacidad, consentimiento informado y el posible impacto psicológico de entornos de VR adaptativos.
La Organización Mundial de la Salud reconoció la espiritualidad como esencial para el bienestar ya en 1984. Más tarde, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) reconoció formalmente los “Problemas religiosos o espirituales” como preocupaciones no patológicas que pueden surgir durante el desarrollo psicológico, el despertar espiritual o la crisis existencial (American Psychiatric Association, 1994; Turner et al., 1995). Tales reconocimientos afirman la pertinencia de las dimensiones espirituales y simbólicas en psicoterapia —no como modas “new age”, sino como elementos nucleares de la experiencia y la sanación humanas—.
Preguntas para el lector::
¿Vives la vida desde el corazón / alma o desde el ego?
¿Eres capaz de identificar algo positivo dentro de una experiencia desafiante?
Dos prácticas meditativas para la integración
Como extensión de las ideas exploradas en este texto —en particular, la importancia de la presencia, la intencionalidad y la integración— comparto dos prácticas sencillas que ayudan a reconectar con un sentido más profundo de uno mismo y del propósito (inspiradas en Deepak Chopra). Pueden servir como reinicios suaves, especialmente en momentos de distracción o desconexión, y como herramientas amables para cultivar la plenitud espiritual en la vida cotidiana.
Meditación de intención de 5 minutos
Parte 1: Asentamiento y conciencia de la respiración (~1 minuto)
Siéntate con comodidad.
Cierra los ojos.
Lleva la atención a la respiración.
Permite que cada exhalación ablande el cuerpo y que cada inhalación lo energice suavemente.
Asientate en la quietud.
Parte 2: Cuatro intenciones a través de los centros de energía (~4 minutos)
Introduce en silencio cada intención mientras descansas la atención en el área correspondiente del cuerpo. Observa los pensamientos y las sensaciones que surjan y vuelve la atención a la zona y a la intención.
Cuerpo alegre y enérgico • Área de enfoque: parte inferior del cuerpo — abdomen, pelvis, piernas • Intención: «Cuerpo alegre y enérgico».Siente arraigo, vitalidad y vida en tu ser físico.
Corazón amoroso y compasivo • Área de enfoque: centro del pecho • Intención: «Corazón amoroso, corazón compasivo».Percibe calidez, apertura y conexión.
Mente clara, creativa y serena • Área de enfoque: frente o “tercer ojo” • Intención: «Mente clara, creativa y serena».Experimenta quietud y claridad en el centro de la conciencia.
Levedad del espíritu, levedad del ser • Área de enfoque: por encima de la cabeza — el espacio más allá del cuerpo • Intención: «Levedad del espíritu, levedad del ser».Siente expansión; siéntete parte de la humanidad, dando expresión a los valores, al inconsciente colectivo, a la naturaleza y al universo.
Indagación reflexiva posterior a la meditación (tras los 5 minutos)
Con los ojos aún cerrados y el cuerpo–mente asentado, formula suavemente estas cuatro preguntas. No intentes responderlas. Deja que el cuerpo las sienta y simplemente observa lo que surge; permanece presente con cualquier sensación, emoción o pensamiento que emerja:
¿Quién soy?
¿Qué quiero?
¿Cuál es mi propósito?
¿Por qué siento gratitud?
Segunda práctica: conciencia momento a momento
A medida que los pensamientos surgen y se disuelven, atiende con suavidad al espacio silencioso entre ellos.
Ese intervalo —sutil, amplio y siempre presente— es el mismo espacio dentro de una respiración, entre los latidos del corazón y en el cosmos.Descansar la atención ahí se vuelve un portal hacia la claridad, la presencia y el fundamento espiritual del ser.
«Para experimentar algo plenamente y verlo con claridad, debe haber un momento de presencia en el que el pensamiento conceptual no interfiera con tu experiencia de ese momento». — Eckhart Tolle
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